A veces, ciertas verdades de la vida nos llegan a través de los sueños. Y cuando son verdades no muy lindas, más que sueños, son pesadillas.
Estaba durmiendo tranquilamente, hasta que esa verdad se le apareció, dura, fría e irrevocable. No había vuelta atrás. Las cosas eran así, y habían sido así, pero no se había dado cuenta. Y ahora, cuando lo supo, sintió terror. No todo era él. Él era alguien y el resto era otra cosa. Se sintió desprotegido, solo, casi abandonado. Tan terrible fue esta verdad que se largó a llorar, aún mientras dormía. Y el llanto fue espantosamente desgarrador, tanto, que todo a su alrededor se estremeció.
La madre se acercó casi instantáneamente para consolarlo, no entendía por qué su bebé se había largado a llorar mientras dormía. Y el llanto no paraba. La madre se preocupó, pensó en llevarlo al médico, discutió con el padre, tenía miedo de que a su bebé le pasara algo.
La tía entró aparentando tranquilidad y pronunció el veredicto: "bienvenidos a los ocho meses".
Es que a los ocho meses, los bebés se dan cuenta que él y la mamá son dos personas distintas. Y Nico se dio cuenta de esta verdad un par de días antes de cumplir los ocho meses, mientras soñaba.
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