Panyfiestas
lunes, diciembre 17, 2007
La tercer nevada
(esto es continuación de esto y esto)

En realidad, esta vez no vi nevar.

Dani y yo habíamos dejado a una pareja amiga camino a un camping mientras nosotros empezamos a remontar un arroyo por una montaña bastante empinada. Como era tarde y esta comenzado a lloviznar, paramos en el único lugar donde cabía la carpa a pasar la noche.
Al día siguiente seguimos subiendo hasta llegar a la naciente del arroyo, la Laguna Azul, uno de los lugares más hermosos que vi en mi vida. Y nos encontramos con una sorpresa: lo que había sido lluvia para nosotros, arriba había sido nevada. Toda la montaña con manchones de nieve fresca rodeando la laguna azul oscuro, una belleza. ¿Nieve a fines de enero? Sí, así fue hace casi 10 años.
Ahí Dani me preguntó si parábamos al lado de la laguna o si seguíamos subiendo y hacíamos campamento del otro lado. Dije que sí, para no atrasarnos, pero no nos dimos cuenta de algo. En la montaña, las marcas de los caminos en los lugares con rocas son manchas de pintura o montañitas de piedras, llamadas pircas. Y cualquiera de las dos marcas, en la nieve, no se veían. Empezamos a subir por cualquier lado y la pendiente era bastante abrupta. Los pies se nos hundían en la nieve, hacía frío, no había sol, y yo tenía miedo que en cualquier momento nos resbaláramos y nos fuéramos directo a la laguna, que ahora se veía más chiquita, y que ahí quedáramos. Empecé a moquear, a llorar, a pensar por qué no nos habríamos quedado abajo. Luego recordé que Dani me había comentado que ese camino lo hacía gente de cualquier edad, pero seguramente no por donde estábamos yendo nosotros, menos habiendo nieve. Ahí visualicé el mapa y (aunque no es muy preciso) supe que estábamos yendo más arriba de lo necesario; que el camino iba bordeando a la laguna y que se subía recién cuando estabas del otro lado; así que no seguimos subiendo hasta llegar al fondo.

Me imaginaba cosas horribles y no podía parar de llorar. Y en el fondo, pensaba, no estaba enojada con Dani. Podía haber pensado que era su culpa, que era él el que tenía experiencia en montaña y yo no, que él ya había hecho ese camino y yo no, que...

Era una situación para echarle la culpa a cualquiera y no, yo no se la echaba nadie (salvo a mi azarosa decisión de seguir caminando con el camino lleno de nieve).

Al llegar del otro lado estaba helada. No pude ayudarle a armar la carpa. Y hasta cocinamos adentro, porque hacía mucho frío como para estar afuera de la carpa. Todavía asustada por lo que habíamos pasado, pensé que en ningún momento me había enojado con Dani, aún cuando el ataque de nervios que tenía me daba pie para hacerlo.

Si no hubiera nevado, hubiéramos llegado tranquilos y secos al otro lado. Pero así, gracias a la nieve, esa noche me di cuenta de que iba a pasar el resto de mi vida con Dani.

Y parece que no me equivoqué.