Panyfiestas
miércoles, diciembre 12, 2007
Por el resto de mis días
A Sir W2


-Buenos días, vengo a comprar un plan de vida.
-Buenos días. ¿Tiene algo pensado, estuvo mirando algo que le interesó...?
El potencial comprador, un hombre joven, de unos 20 años, le pasó un papel arrugado, todo escrito a mano, con algunos tachones, pero legible al fin.

-Ajá, muy bien... -dijo el vendedor mientras leía rápidamente. -Veo que tiene todo detallado.
-Sí- acotó tímidamente.
-Deme su documento-y el comprador se lo dio. -A ver, espereme un momentito.

El vendedor empezó a cargar los datos en la computadora. El comprador, impaciente, quería chusmear el monitor para ver que cargara todo bien, pero ni aún parado en puntas de pie lograba ver mucho por detrás del alto mostrador.

-Ahora le imprimo todo para que lo revise, ¿de acuerdo?
El comprador asintió con la cabeza. Luego escuchó el ruido de la impresora y, al terminar, el vendedor le alcanzó un papel impreso.

-Ah, se ve más lindo así, pasado por la computadora.
El vendedor se sentía casi orgullo de lo bien que hacía su trabajo.
-¿Está todo en orden?
-Sí, sí. ¿Y cuánto me costaría esto?
-Un segundo que la computadora lo calcula y ya le imprimo el costo.

El hombre esperaba impaciente, siempre de puntas de pie, frente al mostrador alto. Volvió a escuchar el ruido de la impresora y el vendedor le alcanzó otro papel.
Empezó a leerlo, al principio asentía sin problemas, pero luego empezó a empalidecer.

-Pero... pero... ¿todo esto tengo que pagar?
El vendedor le pidió los papeles, tanto el plan de vida deseado como el importe y fue cotejando.

-Y sí... Bueno, usted pidió una vida con muchos lujos, ¿no?
El comprador asintió tímidamente.
-Está bien armado el plan- dijo rápidamente para consolarlo, -muy bien pensado. Pero aún así, tiene su precio.

El hombre volvió a releer el importe. Era casi tan largo como su plan de vida.

-Yo... la verdad... no sé si estoy dispuesto a pagar este precio...

Se sentía avergonzado. Tenía miedo de que el vendedor lo sacase corriendo para poder atender a otro cliente que seguro estaría dispuesto a pagar lo que le pidiesen por su plan soñado. Pero él... él quería esa vida, estaba seguro, pero tenía que entregar tantas cosas a cambio que no supo qué hacer.

-¿Lo puedo pensar un momento?
-Sí, cómo no. Ahí tiene unos sillones- dijo amablemente el vendedor, mientras le hacía una seña al siguiente en la fila para que se acercase al mostrador alto.

El hombre, más que sentarse, se desplomó sobre el sillón. Releía el importe contínuamente y el precio le parecía exorbitante. Tenía que dejar prácticamente de lado a su familia y a sus amigos; sólo se le permitía verlos unos pocos días al año, y ni siquiera podía elegir qué días; tampoco se le aseguraba encontrar al amor de su vida y mucho menos que formara una familia con esa mujer, aunque tal vez sí se casara, pero se le advertía que tenía grandes probabilidades de divorcio.

Lo pensó durante varios minutos y se volvió a acercar al mostrador. Justo el vendedor terminaba de atender a una mujer, que salía muy feliz con una cajita con su plan de vida dentro.

-¿Listo entonces? ¿Pido su plan de vida?
-Esteeeeee... no, disculpe. La verdad es que no estoy dispuesto a pagar este precio en este momento. ¿Podré volver más tarde, digamos, dentro de unos años, si cambio de parecer?
-Claro, cómo no. Lo que sí le aviso, es que tal vez de acá a unos años no pueda acceder a ese plan de vida, sino a uno similar, con algunos cambios.
-Sí, sí, ya sé- dijo arrastrando los pies hacia la salida.

-¡Espere!- le gritó el vendedor blandiendo en su mano el papelito arrugado con el plan de vida escrito con birome. -¿Se lo quiere llevar?
-Ah, gracias- y se acercó, con una sonrisa triste a buscar el papelito. Lo dobló, lo guardó en un bolsillo y se fue.




Unos diez años más tarde, tal vez un poco más, el hombre volvió. Había seguido con su vida, claro, pero no siguiendo el plan de vida que había garabateado hacía tiempo. De hecho, su vida no se parecía en nada a lo que había planeado.

Entró y se encontró con el vendedor que lo había atendido la otra vez.
-Buenos días, vengo a comprar un plan de vida.
-Buenos días. ¿Tiene algo pensado, estuvo mirando alg---? Disculpe, ¿es la primera vez que lo atiendo?
-No- contestó sonrojándose.
-Ah, sí, me acuerdo de usted. ¿Cómo le fue en este tiempo?
-Bien, bien, bastante bien.
-¿Y qué plan de vida desea?

El comprador volvió a sacar el mismo papel arrugado, más amarillento ahora, junto con su documento.
-Aaaaaah...- suspiró el vendedor con nostalgia al ver el papel escrito a mano. Volvió a cargar los datos en la computadora y al terminar ésta hizo un ruido extraño. El vendedor frunció el cejo. -Ah, mire, el tema es así: cargué todo tal cual está en el papel, pero ahora la computadora me dice que, por la edad que usted tiene, no puede acceder a este plan de vida exactamente. Pero ya está calculando los cambios posibles y en un momento le imprimo la nueva versión.
-Claro.

Esta vez no escuchó ninguna impresora, pero el vendedor le alcanzó un papel impreso. Lo leyó detenidamente; el vendedor tenía razón. El plan original de vida no podía ser llevado a cabo con la edad que tenía ahora, pero los cambios no habían sido muchos; básicamente seguía siendo el mismo.

-Está bien.
El vendedor asintió con la cabeza, tecleó algo más en la computadora y le acercó otro papel, con el importe.

El comprador lo leyó y otra vez empalideció.
-Pero... pero... ¡el plan de vida tiene menos cosas y el precio ahora es aún más caro!
El vendedor asintió con la cabeza con resignación.

Miró el nuevo plan de vida y el importe una y otra vez, pero sin alejarse del mostrador. Ya no le importaba si el vendedor o la gente que estaba haciendo cola detrás de él se enojaban. Se sentía estafado. Nadie le había advertido esto. Debía haberlo supuesto, sí, ¿pero qué le habría costado al vendedor habérselo dicho la otra vez?

El comprador miró con un dejo de rabia al vendedor, pero éste no se inmutó. Arrugó el papelito del plan de vida nuevo y luego rompió el del importe.

Con paso decidido, salió hacia su casa, sabiendo que el plan de vida no valía tanto, ni siquiera la mitad, de lo que allí lo esperaba.

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