A Carola, mi amiga de casi toda la vida, la habían operado de una hernia justo en medio de la panza. O sea, no podía hacer esfuerzos. Y, lo que más le dolía, era que no podía levantar a sus hijos.
Un día me preguntó si podía ir a buscar a su hijo mayor, Juan, al jardín, porque ese día su mamá (o sea, una de las abuelas de Juan) no lo podía ir a buscar.
"Por supuesto" le dije.
Carola me dio algunas indicaciones bastante detalladas... pero claro, debí suponer que si alguna indicación incluía la distinción "derecha-izquierda" era probable que no me la dijera. Es que Carola no distingue la derecha de la izquierda.
Pero bueno, no pensé en eso, sino pensé en que, seguramente, esa noche Carola y Fito (su marido, mi compadre) le dirían a su primogénito que yo lo iba a ir a buscar al día siguiente al jardín, para que no lo tomara por sorpresa. Digamos más, mentalizarlo que no iba a ser su abuela "la que lo lleva a la plaza", sino la tía postiza.
Así que al día siguiente llegué, temprano para variar, al jardín. Cuando la puerta se abrió, subí los escalones que me había indicado Carola... y veo dos salas de 3 años. ¿Cuál sería la de Juan, la de la izquierda o la de la derecha? Miraba hacia una y otra apuerta mientras se abrieron y montones de caritas se asomaron. Mientras volví mi cara hacia la derecha, escucho desde la izquierda un "¡Ahí está!" proveniente de una voz conocida. Miré hacia mi izquierda y ahí estaba Juan. Mientras me presentaba a la maestra con un escueto "soy Paula", que venía a buscar a Juan, cuál era mi número de documento y demás, veo a dos chicos detrás de la puerta (que era transparente) y los veo a los dos señalándome, los ojos enormes, y exclamando "¡Es ella! ¡Es Paula! ¡Es Paula!".
Casi me agarra un ataque de risa. Era evidente no sólo que Carola y Fito le habían hablado durante un buen rato a Juan acerca de que yo lo iba a buscar, sino que Juan debía haber estado toda esa mañana contándole a sus compañeros que una tal Paula lo iba a ir a buscar esa mañana.
Fue raro, pero de pronto me sentí como el hada madrina que de pronto se materializaba.
Juan estaba hípercontento con el cambio de rutina. Nos fuimos a tomar el colectivo y, si no fue la primer vez en mi vida, hacía mucho tiempo que no pedía un boleto escolar.
Nos sentamos, le di a Juan un par de libros de regalo que fuimos chusmeando en el camino, me dijo "gracias, Paula" cuando contesté con un "¡salud!" a su estornudo, lo alcé para que tocara el timbre y me volvió a dar las gracias cuando lo alcé para bajarlo del colectivo.
Cuando estábamos subiendo en el ascensor, decía emocionado "¡le voy a contar a mamá quién vino!", como si Carola no supiera que yo venía con él, jajajajaja.
Me contaron los padres, tiempo después, que Juan contaba cómo lo había alzado para que tocara el timbre del colectivo...
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