El colectivo frenó por el semáforo rojo de Córdoba. Ella, pelirroja por adopción (de color de tintura) miró su reloj de muñeca. El colectivo arrancó y volvió a mirar su reloj. El colectivo dio la vuelta por Cabrera y volvió a mirar su reloj. El colectivo frenó en la parada y volvió a mirar su reloj. Después de que subieran los pasajeros, el colectivo arrancó y volvió a mirar su reloj. El colectivo hizo dos cuadras, paró en el parada siguiente y ella volvió a mirar su reloj. Arrancó y ella volvió a mirar su reloj. El colectivo hizo otras dos cuadras hasta la parada siguiente y lo que ya se estaba conviertiendo en ritual se volvió a repetir: al parar el colectivo, la pelirroja por adopción miró el reloj, y al arrancá, volvió a hacer lo mismo. Al llegar a Medrano, el semáforo estaba en rojo y se detuvo. Ella levantó la mano y antes de poder mirar otra vez el reloj por décima vez, la pasajera que estaba parada a su lado, en un arranque de desesperación, le gritó que seguía siendo más o menos la misma hora que cuando estaban en Canning y Córdoba. La pasajera se fue hacia el fondo del colectivo mientras la pelirroja se hundió lo más que pudo en el asiento, las mejillas coloradas como su pelo.