Panyfiestas
jueves, abril 17, 2008
Las vacaciones - segunda parte
El día 3 comenzó espectacular. Todas las nubes del día anterior se habían disipado y ésta vez (a diferencia del viaje del 2004) Tilcara nos cayó más simpático, empezando por el lugar donde habíamos parado a dormir. Además, la noche anterior habíamos cenado carne de llama, muy tiernita y rica.

Compramos un queso artesanal saborizado, que fue nuestro desayuno camino al norte. Guía YPF en mano, primero paramos en una iglesia donde se hizo el descarne de Lavalle...


o sea: lo que nos contó la mujer que nos abrió la iglesia, fue que a Lavalle lo habían matado en San Salvador de Jujuy y que los federales querían llevarse su cabeza de trofeo. Los unitarios robaron su cuerpo con intención de llevarlo a Bolivia, pero no tuvieron mejor idea que ir velándolo en el camino, parando en cuanta iglesia se les cruzara en el camino. Y en el norte hay iglesias en todos los pueblos. Incluso, hay iglesias en el medio de la nada. Así que en la cuarta o quinta iglesia que pararon se dieron cuenta que la cosa no iba bien: el cadáver de Lavalle estaba emitiendo un olor a podrido insoportable. Y tanto, que pararon en esta iglesia a hacer el descarne, pelar los huesitos. La carne la dejaron ahí, menos el corazón que lo llevaron en aguardiente y, junto con los huesos, siguieron camino. Lindo, el toque tétrico del viaje.


En la siguiente iglesia, San Franciso de Paula o algo así, primero nos encontramos con unas chicas que recitaban coplas. Como las filmé, quisieron ver la filmación y se mataron de la risa. Les encantó que les diera cuadernos y biromes.

Y parece que, finalmente, impuse algo: las otras veces que fui al norte, los chicos me pedían plata y yo les daba útiles escolares. Otros turistas me vieron y decidieron copiar la idea. Deben haberlo hecho, porque estas chicas, y otros chicos que nos cruzamos en el camino, cuando les decía que no les iba a dar plata me preguntaban si tenía útiles. Qué alegría saber que no soy la única que hace eso (no digo que yo haya inventado lo de llevarles útiles, mi mamá también lo hizo; sí me atribuyo el hecho de difundir la práctica).


Cuando quisimos entrar a la iglesia nos calentamos: había un cartel que decía que no podías sacar fotos ni filmar para preservar el patrimonio. Traducción: si querés una foto, pagá la copia que te vendemos dentro de la misma iglesia. No quiero imaginar qué pensaría Jesús de este negoción. Nos peleamos no sólo con el del puesto, sino con un par de estúpidas turistas que justificaban el cartel. Dani y yo les preguntamos cómo podíamos dañar el patrimonio de la iglesia sacando fotos sin flash y filmando sin luces. El que vendía las fotos se limitó a decir que no dejaban sacar fotos ni filmar porque iban a venir a robar (sí, Dani y yo tenemos una pinta de traficantes de obras antiguas tremendas), y el resto no supo decir nada más coherente; pero nuestras propuestas no pudieron sacarles el gesto de ofendidos de la cara.

En Humahuaca nos volvió a pasar lo mismo.
Pero ahí ya era más descarada la situación: el cartel que te prohibía sacar fotos y filmar te decía que compraras las fotos, si las querías. Hubiera aceptado que me cobraran $1 o $2 para entrar y que después me dejaran sacar fotos sin flash y filmar todo lo que quisiera, pero esta restricción me puso de pésimo humor.
Si llegábamos a pasar por otra iglesia que tuviera la misma postura, directamente no pensaba entrar. Pero, por suerte, no volvió a pasar. De hecho, tampoco nos cruzamos con iglesias abiertas (las dos que quisimos visitar estaban cerradas).


Pasamos por un restaurant y nos llevamos un par de humitas y un par de tamales para comer en el camino. Y de ahí en más, venía lo nuevo: ni Dani, ni yo, ni el 1500 habíamos estado más al norte yendo por la ruta 9.

(continuará)