Jueves: la otorrino inspecciona la garganta y determina que tengo una bruta faringitis. Descartadas todas las posibilidades de que se una simple faringitis por frío, concluye en que tiene que ser por reflujo estomacal. Me cita para el
Martes: sabiendo más o menos lo que me podía hacer, decidí quedarme en ayunas aún cuando no me había dicho nada; y tanto, que al final no hice más que tomar agua durante todo el día, hasta que volví a casa (el estudio se hizo finalmente a las 20hs y mi papá se tuvo que aguantar la impuntualidad por acompañarme). Me hace aspirar unas gotas espantosas para luego tragármelas; un relajante para dormir todo y poder, tranquilamente (ella, no yo), ponerme una fibra óptica por la nariz, bajar por la garganta y confirmar su teoría al observar que la laringitis también está inflamada. Y tanto, que sentía el tubito bajando, cuando se supone que hay suficiente espacio como para que baje sin tocar nada. Según mis cálculos, debo tener un par de centímetros de diámetro en la garganta para dejar que pase todo. Lindo.
Miércoles: luego de enterarme que en enero algunos gastroenterólogos se van de vacaciones, consigo turno con una doctora de apellido con sonido japonés para el día
Jueves: a pedido de la otorrino, le solicito una Radiografía de deglución. Al principio, sólo quería mandarme a hacer una Endoscopía, pero luego de pensarlo unos minutos, concluye que la otorrino tiene razón y me manda a hacer los dos estudios. Pedí turno para la radiografía y conseguí uno para mañana, no muy temprano, y lo lamento porque tengo que tener 9 horas de completo ayuno (ni agua puedo tomar). Después me fui al Otamendi, sanatorio que siempre tendrá recuerdos horribles para mí ya que ahí fue donde vivió sus últimos casi dos meses y luego murió mi suegro, sólo porque la doctora de apellido con sonido japonés me recomendó a un doctor para hacerme el estudio. Luego de vagar varios minutos por los pasillos (no de tonta, me mandaban de un lado para el otro) termino enterándome que ya se habían ido hacia hora y media y ya no podía pedir turno.
Así que la historia sigue así:
Viernes: primero pasar por el Otamendi para pedir turno y que me expliquen en qué condiciones tengo que ir (en ayunas seguro, pero me faltan los detalles), luego ir a hacerme la radiografía más extraña de mi vida (sí, va a superar aquella del yodo en donde me enteré que tengo un riñón con dos tubitos de salida) y esperar hasta el sábado para empezar a tomar el medicamento que me dio la gastroenteróloga, ya que lo tengo que tomar en ayunas y seguro que en el estudio me hacen tomar algo.
Ah, por cierto, me olvidé de pedirle a la doctora de apellido con sonido japonés que me recete algo de Bagó. Para el final de mi trayectoria (que en el medio incluyó una visita a una ortopedia para encargar unas plantillas), ya no podía acordarme siquiera la palabra "Endoscopía". Y volví a mi casa a eso de las 15hs.
Como diría Alakrán: iupi, viva la pepa.
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