Hoy me desperté con una idea absurda: le iba a prestar mis zapatillas para que las probara todo el día.
¿Por qué absurda? Porque ya se las había probado unos minutos, me había dicho que le habían parecido un poco grandes, que no le gustaba que fueran azules (y sólo queda un par azul de nuestro número)... y porque no le gusta que le insistan. Ayer me dijo que si hubiese negras las compraría, pero azules, mh... mejor vamos con las topper.
Ya las usé dos días y la verdad es que están tan bien armadas que no le vienen nada mal a mis pies planos. Entonces pensé que, por la misma razón, a él le vendrían bien.
Pero no dije nada. En realidad, no llegué a decir nada.
Cuando se levantó de la cama me dijo: ¿no me prestás las zapatillas así las pruebo todo el día? En realidad no sé por qué me molesta que sean azules, si en el trabajo nadie le presta atención a esas cosas...
No pude no confesarle que había tenido la misma idea. Y van...
(la historia de las zapatillas en un próximo artículo, cuando las tenga de vuelta y las pueda fotografiar, dedicado al Marplanauta)