Porque Kirkby no fue sola, sino acompañada por el laudista (si es que así se dice) con el que estuvo en el concierto. Los dos fueron muy divertidos, para nada divos (como me recordó Dani, los verdaderos grandes son humildes) y, obvio, las acotaciones que hicieron a los cantantes y músicos que se animaron a interpretar frente a ellos fueron acertadas, inspiradoras y... ¡daban ganas de cantar!
Eso es lo raro de Emma Kirkby. La escuchás cantar y te envuelve en una nube, tanto que, en vez de no querer volver a cantar nunca más un madrigal para no arruinarlo, salís cantando del teatro y tenés ganas de agarrar las partituras que quedaron juntando polvo. Tal vez sea porque, como dijeron ellos, a veces los madrigales son tristes, pero siempre hay que cantarlos con una alegría interna. Y esta mujer lo logra, te hace llegar toda su energía aunque estés tan lejos en el teatro que casi estás tocando el techo.
De tan lejos que solía estar de ella, siempre supuse que era una mujer bajita... ¡y tiene mi altura! ¡Es más alta que el laudista!
Estas dos manchas borrosas
son Emma Kirkby y Anthony Rooley.
¿No me creen?
Acá se ven mejorY éstas fueron todas las fotos que saqué, porque videograbé tooooooooooda la clase.
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Al salir del conservatorio Manuel de Falla, donde se dio la masterclass, caminando hacia el subte, sonrisa de oreja a oreja, pegando pequeños saltitos de alegría mientras caminaba,
con casi
tres horas de video,
el
programa del concierto autografiado por los dos,
dos cds en donde canta Emma Kirkby que tenía Dani
firmados por ellay un
cd de madrigales de Dowland que vendieron (y agotaron en dos minutos) ellos mismos al final de la clase
firmado por él y dedicado por ella en la mochila,
me di cuenta que, por suerte, con la nevada del 9 de julio mi capacidad de asombro no se agotó.
Menos mal.
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