Panyfiestas
martes, enero 24, 2006
Viaje alucinógeno en el subte B
Y me bajé una parada antes de la habitual, después de haber viajado sentada entre borrachos y que un superhéroe me pidiera que fuese su novia.

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Era el cumpleaños de una amiga. Y si bien ella lo iba a festejar al día siguiente, le pregunté si iba a estar a la tarde en su casa para pasar a visitarla. Primero le pedí que nombrara 5 películas argentinas que le gustasen mucho (excluyendo Herencia, que ya se la había obsequiado para Navidad), para ver cuál le podía regalar (en realidad, horas antes había ido a comprar La ciénaga, creyendo que la había visto y le había gustado, pero no la encontré; menos mal, porque no la había visto; sí encontré Cleopatra, pero no me acordaba si era a ella a la que le gustaba muchísimo). Cleopatra era una de sus favoritas, así que mi memoria no era del todo mala. Pero su lista no se limitó a películas argentinas, sino que incluyó El señor de los anillos y Tierra de osos. Ahí recordé que tenía unas entradas de Las crónicas de Narnia con las cuales me iban a hacer un 30% de descuento en la compra de una película de Disney... y Tierra de osos es de Disney...
También pensé en llevar algo para acompañar los mates y, como mi amiga no es muy amiga de los dulces, después del regalo iba a ir a comprar unos sanguchitos de miga (lo irónico fue que ella estaba preparando alfajorcitos de maicena caseros).
Fui, compré las dos películas, pedí los sanguchitos y esperé a que los armaran (estaban hasta las manos de pedidos). Con los regalos en la mochila, el paraguas-sombrilla rojo y blanco, que cargué todo el día y no usé, en una mano y el paquete de sanguchitos recién hechos en la otra, rumbeé para el subte, estación Malabia.
Ya se me había hecho tarde y mi amiga estaba pensando que le estaba copiando todas las películas que había nombrado. El subte tardó en llegar, pero estaba bastante vacío. Me senté y, no sé si en esa misma estación o en la siguiente, se sentó a mi izquierda un joven con remera de la Bersuit y una baranda a vino de tetra híper berreto. No me daba para levantarme y salir despavorida hacia otro coche, así que ahora supongo que subió en la misma estación. Entonces, ¿cómo evitar el olor? Mirando para el otro lado, hacia el fondo, y nunca voltear hacia adelante. En la siguiente estación se subió un hombre de entre 50 y 60 años que se sentó a mi derecha, y como yo miraba hacia ese lado su cabeza llena de caspa y pelo engrasado, o engominado vaya una a saber, ocupaba toda mi visión. Tenía un extraño olor, tal vez una colonia, pero luego de girar hacia mi izquierda comprobé que el olor a vino seguía siendo peor.
El hombre me preguntó: ¿está lloviendo?
La pregunta venía a nada, porque él acababa de subir al subte. Yo le iba a explicar que por mi casa habían caído unas gotas cuando entraron dos extraños personajes por la puerta que conectaba el coche con el de la izquierda.
¡A la mierda!, gritó el hombre. Y sospeché que estaba tan o más borracho que mi compañero de viaje de la izquierda.
Uno de estos personajes, vestido de blanco con accesorios dorados, recorrió el coche ida y vuelta tarareando la música de Superman, mientras el otro se quedó en la puerta. Al menos eso fue lo que pude ver por el rabillo del ojo, porque me quedé mirando hacia adelante, evitando el olor a vino de un lado y al borracho que tenía del otro. Tampoco tenía ganas de fijar la vista en estos cómicos a la gorra. No recuerdo el nombre del supuesto superhéroe, pero sí que tenía el problema de no ser conocido ni por su propio compinche, que lo llamaba por otro nombre.
A esto, el joven fan de la Bersuit se levantó y se fue, dejando mi flanco izquierdo despejado.
El secuaz le fue sugiriendo distintas tácticas, como bañarse y ponerse desodorante (esto último lo hizo en presencia de todos), o conseguirse una novia. El superhéroe, despistado él, si no no hubiera tenido esa veta que arañaba lo cómico, le pidió a su ayudante que le eligiese una novia y cayó víctima del dedo índice una chica que estaba del otro lado del vagón. Cuando esta se negó, yo, que seguía con la vista fija en la ventana de enfrente, pensé: "cagué, la siguiente soy yo, culpa de mi postura decididamente no-los-quiero-ver y ese paraguotas tan llamativo". Y el secuaz pronunció la sentencia: "la del paraguas" y otra vez, en el límite de mi visión, lo veo apuntando hacia mi lado. Dos segundos después, el supuesto superhéroe estaba con una rodilla en el suelo pidiéndome que fuese su novia. Debo confesar, el muchacho no estaba nada mal. Pero yo soy una chica fiel y le contesté no muy alto para que no escuchara el resto del vagón, pero claramente: "ya estoy ocupada".
El superhéroe se fue y suspiré de alivio al ver que no insistía. Entonces, el borracho que aún seguía a mi derecha, pegó el grito: "¡pero si hay un montón de mujeres con paraguas!, ¿por qué te eligió a vos?"
Como diría mi amiga, basta.
El borracho no había visto el dedo del ayudante. Pero ése no era el punto. Encima de haber sido parte del show sin quererlo, el tipo éste viene y hace ese comentario, como diciendo "podría haber elegido una mejor".
Recién ahí hice lo que tenía que haber hecho de entrada, levantarme e irme a otro vagón. Pero, con el envión y una sensación de haberme despertado de la siesta que necesitaba, así, como embotada, salí del subte en cuanto paró en la primera estación. Ya en el andén me di cuenta que me había bajado en la parada anterior, pero sin grandes perjuicios: sólo iba a tener que caminar 20 metros más que lo habitual.

Salí a la calle y el sol brillaba. Y yo con mi paraguas, mi bolsa de sanguchitos y uno de los viajes en subte más raros de mi vida en mi haber.