días más, días menos... Tan mal estaba de la cabeza, que me habían dado turno para ver al médico el día de mi cumpleaños y no pedí que lo cambiaran porque me daba igual (¿quién, en su sano juicio, va al médico en un día así?).
Las cosas iban y venían, me dejaba llevar hacia ningún lado, nada me importaba y cuando me daba cuenta, no hacía más que llorar. Me agarraban unos ataques tremendos que explotaban en cuestión de minutos, mezcla de qué sé yo cuántas cosas contenidas y mezcladas que buscaban una rápida vía de escape.
Miro para atrás (porque los balances los hago en esta época, no a fin de año como la mayoría) y, si bien no sonrío porque aún me produce un poco de escalofríos recordar cómo estaba, tomo nota de todo aquello que hice para escapar de ese pozo y seguir adelante. Todavía no llegué a donde quiero, pero al menos estoy caminando en esa dirección.